Retablo en madera dorada y policromada, con un banco, cuerpos, tres calles y ático. Las tres calles, al igual que la gran hornacina central, están enmarcadas por estípites de diferente tamaño y grosor, rocalla, ángeles y veneras.
En la parte central del banco hay un hueco para el Sagrario. Dentro de este espacio hay una pequeña escultura de la Virgen del Rosario de Santo Domingo, fechada en el siglo XVIII. La Virgen se representa encima de una nube sosteniendo al Niño en su brazo izquierdo. Aparece vestida con saya de color jacinto y manto real. Le falta el rosario de la mano derecha.
En la hornacina central, San José en madera policromada, del siglo XVIII con el Niño Jesús en brazos, ambos de madera policromada. Fue encargada a Manuel Gutiérrez Cano (padre) por la Sociedad de Obreros Católicos fundada en 1883 por obreros de la localidad junto al párroco Evaristo Montursy. Esta escultura sustituyó a la original con san Ignacio de Loyola que fue traslada a San Juan hacia 1884.
En las calles laterales, y sobre sendas peanas, esculturas de san Pedro y san Juan Nepomuceno. Por encima de estas dos esculturas nos encontramos dos relieves ovalados con imágenes en parejas de la Virgen con san Juan Evangelista y santa Sura de Dordrecht junto a un santo jesuita, ambos con la palma del martirio.
La obra se llevó a cabo, entre 1760 y 1762, probablemente por el artista local Tomás Guisado el viejo y bajo el mecenazgo del presbítero Juan de los Ríos. El retablo fue dorado por Salvador Gordillo. En 1763, Santiago Vázquez, discípulo de Duque Cornejo, esculpió los santos de las calles laterales.
En el ático, en forma de gran frontón, se encuentra un altorrelieve representando la visión de la storta, es decir, la visión mística que tuvo san Ignacio de Loyola cuando caminaba hacia Roma con dos compañeros para poner lo que sería luego la Compañía de Jesús al servicio del Papa. Según ese hecho a san Ignacio se le aparece Dios Padre, acompañado de su Hijo representado por Cristo con la Cruz a cuestas camino del Calvario.
Este retablo, estaba dedicado a san Ignacio de Loyola y procede del suprimido templo de los jesuitas. Su traslado se realizó en 1778 haciéndose cargo de su colocación el maestro albañil Nicolás Carretero y el tallista local Francisco Casaus.